No se para cuantas páginas dará el tema, voy a dejar volar los dedos sobre el teclado para contaros una increíble experiencia en la que pagamos nuestra bisoñez e inexperiencia en montaña con sudor, golpes y agotamiento, pero en la que tuvimos la recompensa de hollar caminos inexpugnables, recrearnos con imponentes vistas y disfrutar de la montaña como auténticos cochinos de Canto Cochino.
Ante nosotros se presentaba una dura prueba: 19.6km de alta montaña, con 1237m de desnievel (tanto positivo como negativo) para un total de 2474m de desnivel acumulado.
El día no comenzaba muy bien. Sueño y cansancio después de un dia familiar en las Hoces del Duratón (cordero asado incluido en Casa Paulino, Sepúlveda), durmiendo poco y recibiendo un mensaje de
Gebre avisando que no podría venir. Qué tristeza, compañero, se te echó de menos por las cumbres, pero habrá más ocasiones.
Nos encontramos
Darth Vader y yo en la cola de chips y nos fuimos a por el clásico café con churros. No había de éstos últimos, con lo que las desgracias nos abruman. Encontramos a
Manta y a
Angelzurdo y nos disponemos a salir en cola de pelotón. Ya desde el principio se abrió un enorme hueco entre la cabeza de carrera y nosotros. Hasta
Manta se adelantó unos metros, aunque le cogimos rápido :-P cuando la cosa empezó a ponerse seria y apenas se podía correr, sólo andar penosamente. Se había hecho un corte en un dedo al "frenar" con un árbol, el pobre. No sería sino la primera de sus desdichas.
Después de mucho sudar tras el Collado del Cabrón llegamos al km 5, primer avituallamiento. Un densísimo bosque de pinos nos había acompañado pero a partir de este punto la cosa se pone mucho más dura. subir es más que penoso, se tiene que trepar en incontables ocasiones. El camino se pierde con facilidad a pesar de las marcas (algún gracioso estuvo quitando las marcas que había puesto la organización el día antes y tuvieron que volverlas a poner a primera hora). La subida hasta las Torres es muy dura pero encontramos tesoros naturales alucinantes. Manantiales que nacen debajo de moles graníticas y serpentean entre sus huecos para desaparecer en lo más profundo, valles que se muestran ante nosotros bajo un cielo raso, azul y brillante. Son momentos capturados en nuestra retina y que estarán en nuestro corazón siempre. Pero volvemos al tema del sudor...
Por aquel entonces nos habíamos aclimatado algo a la altitud. Los primeros km se habían hecho muy duros y ahora estábamos con una respiración más pausada. Pero el esfuerzo que exigía la ruta a nuestro cuerpo era enorme. Yo sentía, y es verdad, que las piernas iban a explotar. Esa era la sensación, de tenerlas infladas y a punto de reventar al subir esos endiablados desniveles. Yo me decía "
... y por aquí la peña corre...." y alucinaba. Finalmente coronamos la zona de Las Torres (1990m) y recibimos avituallamiento líquido y sólido (pasas a mansalva, conguitos de chocolate ...) que engullimos como si fuera nuestra última oportunidad de sobrevivir. Recibimos el apoyo de los organizadores mientras te das cuenta que han tenido que subir 75 botellas de 1.5L a 2000m de altitud para que podamos beber, y les agradeces el esfuerzo no sólo organizativo, sino personal.
Vamos bordeando cumbres y vemos el precioso valle al otro lado de la Pedriza Posterior. En el anterior control llevábamos poco menos de dos horas de travesía y seguíamos sin noticias de los
corredores escoba (los que van recogiendo a los últimos e indican el cierre oficial de control). Yo los conocía merced a un divertido cruce de mensajes en el foro de
ElAtleta.com. Comenzamos a subir y bajar incesantemente por toda una larga cuerda de moles graníticas. El camino se intuye entre marcas de un PR, mojones y jirones de cinta plástica. Aún así hay veces que es complicado seguirlo. Yo voy comandando el grupo buscando las marcas... una... otra... sin descanso.
En este alejado punto los riscos son impresionantes, te empequeñecen el alma y te sientes frágil, desvalido ante tamaña grandiosidad. La quietud y majestuosidad del lugar ponen aún más en evidencia nuestros torpes pasos, nuestra pesada marcha. Después de más de dos horas luchando contra nuestras limitaciones en un terreno de alta montaña nuestras fuerzas empiezan a flaquear. Es en este punto donde tenemos que poner más cuidado, ya que los apoyos comienzan a fallar por el cansancio acumulado. Unas cabras, mirándonos a escasos metros de nuestras cabezas, parecen desconcertadas ante la torpeza y tenacidad de unos extraños bípedos.
Oimos voces y finalmente los dos corredores escoba nos dan alcance. Al poco tiempo de ir en grupo con ellos, una pareja y otro chico nuestro
Manta se tropieza por enésima vez con tan mala suerte que tiene que parar. El diagnóstico no es halagüeño: esguince de tobillo. Los escobas le retiran de la carrera y envían a otra gente (no se si guardia o procección civil, voluntarios o yo-qué-sé) para llevarlo a meta. Nos despedimos de el con tristeza y seguimos nuestro camino. Luego nos contó que estuvieron barajando la posibilidad de recogerlo en helicóptero y que se había hecho más de 17km y que podía haber terminado la carrera, que eran sólo 19.6km ... pues ahí llevas razón, querido
César. Pero lo más sensato fue que cogieras el "atajo" acompañado de gente experta.
Habíamos pasado ya los riscos más altos y dificultosos de la prueba, con tramos de auténtica trepada chunga. Grado 2, como diría
Yoku. Lo único que no son unos pocos metros como en el Almanzor, sino una purrela de ellos. La mente ha de luchar contra el cansancio del cuerpo y mantenerse ágil ya que un error aquí puede ser chungo, para tí y para los que vienen detrás.
Comenzamos el descenso por auténticas torrenteras, saltando y reptando entre huecos que dejan las inmensidades rocosas entre ellas. La bajada no es que sea técnica, es que es imposible. Saltos, apoyos con las manos y el culo para no caer, raspones, asideros imposibles... Sólo puedes ver el paso siguiente, bajando de uno en uno las distintas pruebas a las que te somenten. Ahora un salto de cais un metro para caer en una piedra redonda. Apoyado en las manos alcanzas con una pierna una roca puntiaguda en la que te apoyas para saltar a un arenal de roca suelta. Te frenas con otra roca y te arrastras hasta el siguiente salto, y vuelta a empezar. Es agotador física y sobre todo mentalmente. Los tropezones abundan y en uno de ellos yo me hago un rasponcito en la mano. Nada que ver con la esguince de Manta o los golpes de Darth: uno en la espalda en una de las "cuevas" y una caída en la que se dejó un pedacito de rodilla, Menos mal que fue un rozón lateral, si llega a ser un golpe frontal podría haber sido muy malo. De todos modos le impidió estar fresco hasta el final, y no pudo volver a trotar sin mucho dolor a partir de entonces.
Fijaos la paradoja. Estábamos cansadísimos, magullados y golpeados, con los músculos y articulaciones pidiendo a gritos un descanso. Pero al llegar a los escasos collados que nos encontrábamos nos poníamos a trotar; y era una bendición para el cuerpo. Nunca me hubiera imaginado que un suave trote meciera un cuerpo agotado, devolviéndole por unos instantes cierta frescura a pesar del cansancio.
Pasamos el último avituallamiento sólido en la Pradera del Yelmo, donde pastaban unos preciosos caballos. Yo pensaba, en mi ingenuidad, que había llegado la hora de los senderos, de 5km de suave trote bajando a Canto Cochino. Pues nada de eso. Seguíamos bajando por torrenteras igualmente peligrosas. Además, según perdíamos altura, nos empezamos a encontrar a otra enemiga: la arena. Piedra pequeña, arena suela, grava y regueros hechos por el agua que dificultaban más la bajada. Sería así hasta el final. Allí intentamos trotar algo pero
Darth no puede. Seguimos andando y llegamos al fin al parking, donde empezamos a trotar para entrar dignamente en meta. Nos reciben unos aplausos que consiguen emocionarme, me llegan a lo más hondo. Oímos a lo lejos a
Manta, que estaba ya tan pancho contando las peripecias de su descenso. Hoy está ya mejor y apenas cojeaba. Agradecemos al personal el enorme esfuerzo de organizar esta prueba y nos vamos al coche a tomar una cervecita que
Darth guardaba en una neverita. Y para casa, que se ha hecho inusualmente tarde.
De camino paro en el Centro de Interpretación de la Pedriza y me proveo de todos los planos y mapas posibles de rutas por la Pedriza. Con las mismas llamo a
Gebre para ver qué tal está. Amigo, sabes que has hecho lo correcto quedándote. Se te echó de menos.
Tengo la sensación de que me quedan muchas cosas por decir a pesar de la increible charla que os he pegado. Algo tienen estas cumbres que te hechizan, dejas algo de tu alma en ellas y quedas inoculado por un extraño virus que te impulsa a regresar cuanto antes, a desear sentirte pequeño ante su enormidad, a volver a sufrir lo indecible por permanecer unos instantes en ese lugar privilegiado donde sólo el viento, la luz del sol y la piedra bajo tus pies te acompañan. Una impronta, una estirpe, casi una raza la de los amantes de la montaña. Y yo, desde el escalón más bajo de todos ellos, me siento privilegiado.
Todo un lujo haber podido compartir tanto con vosotros,
César y
Carlos. Y al otro
Carlos, el
pitufo dormilón, que nos acompañó en espíritu. De alguna manera has estado con nosotros. Gracias a la Organización de la R.S.E.A. Peñalara
por el ingente trabajo realizado.
De izquierda a derecha: Zerolito, Darth Vader y Manta. Vaya tres patas para un banco.