He cumplido un añito como corredor de montaña. Tras el debut el año pasado en esta misma carrera con los amigos Darth y Arcadio (antes Manta) quería volver aquí, al lugar donde me inicié, a modo de agradecimiento por todo un mundo de sensaciones, unas nuevas y otras reencontradas, que ha supuesto practicar deporte por mi querida sierra del Guadarrama.
Atrás han quedado las carreras de la Media Maratón Solidaria de Somosierra, Bustarviejo con el Campeonato de Madrid y el homenaje a Fernando García Herreros, los ultraoxigenados, correpoquiles y paquetoides entrenos en la montaña y, sobre todos ellos, el Maratón Alpino Madrileño, que fue un sueño alcanzado esta temporada. No son muchas carreras pero la mentalidad de este aspirante a corredor sí que ha cambiado.
La vuelta a la carrera que me sobrecogió en lo más hondo tenía el atractivo de ser el mismo recorrido pero en sentido inverso, con lo que realmente se trataba de una carrera totalmente distinta y, como veremos, más dura si cabe. Aquí el plano del recorrido, unos 20km con unos 1500m de desnivel positivo, a todas luces engañosos ya que en muchos tramos la ascensión torna en trepada y el descenso en aventurados saltos o lento arrastre con el culo pegado a la piedra granítica para no despeñarse.

Tras la lesión cuellitrópica de Paloma (pobre, tuvo que pasarlo mal para no venir) y la ausencia de varios amigos (digamos que por lesión, no vamos a hacer sangre) nos plantamos en la salida de Canto Cochino el gran Pardillete y la incombustible Marina dispuestos a pasar una bonita mañana. Comenzamos con los ya tradicionales cafés con churros y porras por aquello de la carga de hidratos y nos dan la salida.

Tró leró leró jí jú...
Tras una bajada inicial la subida al Yelmo nos coloca en fila de a uno, donde no se puede adelantar ni ser adelantado. El desnivel es durísimo y cuesta mucho avanzar entre el camino erosionado por las torrenteras. Empiezo a sudar como un cochino jabalí, mi pulso está por las nubes y mi sofocada respiración no presagia nada bueno.
Tras casi una hora de puro sufrimiento llegamos a la Pradera del Yelmo. A pies de esa granítica inmensidad se encuentra el primer avituallamiento en el que trato de reponer líquido y pulso. Nos reciben los mismos caballos que el año pasado ¡qué bonito! El paisaje es espectacular ya sea hacia Manzanares como hacia esa enormidad de piedra. Ahora toca un tramo de bajar y subir varios collados hasta las Torres, punto medio y más alto del recorrido.

Zero, Marina y en quinta posición, Pardillete
Bajando hacia el Collado de la Dehesilla mi rodilla derecha me da un buen susto. Un dolor fuerte en la parte superior, en la inserción con el cuádriceps. Tiene mala pinta y voy repasando el mapa de la carrera por si tengo que abandonar. Por suerte se pasó y pude continuar, pero sólo para sufrir más. Marina está en cabeza y Pardillete con ella, pero yo sufro lo indecible para estar con ellos. Me planteo bajar el ritmo y dejarles que se fueran, pero lo complicado de adelantar en estos tramos, junto con los agrupamientos para trepar, escalar, pasar por cuevas jalonadas por encarnados picardías (esto es cierto, oyes), consiguen que lleguemos todos juntos a las Torres.
Allí comenzamos la bajada, me coloco en primer lugar y de repente dejo de ver a mis compañeros. Aflojo el ritmo y oigo una voz femenina que me dice:
Por favor, sígue, no te pares, adelante. Es que bajas muy bien, colocas los pies fenomenal y me sirves de guía.
Sorprendidísimo por tales afirmaciones me pongo a la tarea, adelantando a bastante gente, esperando a la corredora en algunos tramos y conversando cuando lo permite el desnivel. Pero llega un momento por Los Llanos que se va quedando... quedando... Yo ya no veo a mis compis y me digo "
¡Qué diantre, vamos para la meta!" y decido seguir pegándole a la zapa. Llevamos casi tres horas de carrera, un grandísimo desgaste físico y todavía queda un mundo.
La subida al Collado del Cabrón fue criminal. Corta pero matadora. Aquí muchos corredores recibimos la puntilla a una larga mañana de esfuerzos contínuos. Yo conseguí subir sin reventarme del todo y aún tuve algo de fuerzas para terminar la bajada. Pero según iban pasando los metros la debilidad iba ganando a la fortaleza. Las sensaciones eran igual que en el final de un maratón, pero claro, el entrenamiento no lo había realizado, se acabaron los recursos físicos. Toca tirar de casta para terminar el recorrido y así hago: aprieto los dientes mientras recibo los aplausos y admiración de los excursionistas que pululan por la genunina Ribera del Manzanares.
Totalmente reventado llego a meta. Esta vez no han quitado el arco de meta pero no pasamos por él sino por un pequeño control. Da igual. En total un crono de 3h53m49s, una hora menos que el año pasado. Un minuto después llega
Marina y luego
Pardillete, haciendo también un sub-4h con 3h59m. ¡Bravo!
El cansancio es brutal. Lo mitiga el festín que pone a nuestra disposición la RSEA Peñalara, organizadora de la carrera. Por cierto, la organización fue de diez. El recorrido perfectamente marcado en un entorno realmente complicado para seguir marcas sin perderse. Avituallamiento de sobra en todos los puntos, animación (el picardías rojo de la ascensión a la cueva hizo las delicias del personal), voluntarios en cada tramo complicado... gracias a todos. El ambiente que se respira en este tipo de carreras es mucho más sanote que el del asfalto, no hay duda.
Fue una divertida idea llevar la camiseta de Los Paquetes con el nombre de
Zerolito en la espalda. Hubo mucha gente que me "reconoció" por ello y a la que pude saludar IRL (In Real Life) ya que a la mayoría los conocía por el foro. "
Por sus post los conoceréis", como diría aquel.
Una cervecita para celebrar el éxito de la jornada y rápidamente para casa, que es tarde. Dos días después, aún con dolor de piernas, escribo esta crónica de la que se me escapan muchos pequeños detalles por contar, como el agua entre los dedos. Agua pura y cristalina como la de los arroyos que surcan la Pedriza. Ha sido un feliz cumpleaños de corredor de montaña. Pues que sean muchos más.